Feb 9, 2020
Esto dice el Señor:
“Comparte tu pan con el
hambriento,
abre tu casa al pobre sin
techo,
viste al desnudo
y no des la espalda a tu propio
hermano.
Entonces surgirá tu luz como la
aurora
y cicatrizarán de prisa tus
heridas;
te abrirá camino la
justicia
y la gloria del Señor cerrará tu
marcha.
Entonces clamarás al Señor y él
te responderá;
lo llamarás y él te dirá: ‘Aquí
estoy’.
Cuando renuncies a oprimir a los
demás
y destierres de ti el gesto
amenazador
y la palabra ofensiva;
cuando compartas tu pan con el
hambriento
y sacies la necesidad
humillado,
brillará tu luz en las
tinieblas
y tu oscuridad será como el
mediodía’’.
Hermanos: Cuando llegué a la ciudad de ustedes para anunciarles el Evangelio, no busqué hacerlo mediante la elocuencia del lenguaje o la sabiduría humana, sino que resolví no hablarles sino de Jesucristo, más aún, de Jesucristo crucificado.
Me presenté ante ustedes débil y temblando de miedo. Cuando les hablé y les prediqué el Evangelio, no quise convencerlos con palabras de hombre sabio; al contrario, los convencí por medio del Espíritu y del poder de Dios, a fin de que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa.
Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos’’.